Escritoras medievales

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La lectura y escritura fueron actividades de acceso restringido para las mujeres en siglos pasados, como les manifesté en la entrada inicial. La mujer debía casarse y cumplir únicamente con las labores relacionadas a sus roles de esposa y madre. Su voz estaba silenciada, porque su existencia no tenía valor en sí misma. Lo verificarán en ciertos escritos (cartas, biografías y poesías) de mujeres que tuvieron el valor para expresarse, aunque sea de forma soslayada -en ciertas ocasiones- y rebelde, en otras. Algunas optaron por usar seudónimos con nombres masculinos para no ser descubiertas y no poner a sus familias en riesgo – del bochorno social- o ser castigadas por escribir, su vida corría peligro por tal acto. La imagen de la mujer podía caber dentro de un abanico de expresiones que iban desde el desprecio hasta la adoración. 

 Algunas voces femeninas que surgieron en la época medieval fueron consideradas como subversivas (1), pues la mujer no podía expresar deseo o pasión y, como veremos más adelante, hubo quienes rompieron  con los paradigmas y cánones vigentes. La mujer era considerada como un ser inferior al hombre y sujeto a él. No obstante, la llegada del Renacimiento que se introdujo en las cortes reales, permitió abrir una puerta hacia la transformación, donde ciertas obras femeninas pudieron ser valoradas. 

Esas obras tuvieron respaldo de varones que ocuparon altos cargos en la Iglesia o poseían títulos nobiliarios, a manera de avales para mostrar su aprobación y lectura en algunos círculos; es decir, pasaron la prueba de la censura. Otras obras anduvieron de forma oculta y unas cuantas, lamentablemente, fueron destruidas por las propias autoras como una forma de autocastigo y depuración.


Las mujeres de familias adineradas y/o de la nobleza recibían educación asistida por profesores particulares para mostrar cierto grado de cultura y poder ser relacionadas con jóvenes de familias aristocráticas, a fin de concertar sus matrimonios. En su mayoría, las “afortunadas” aceptaban su destino de un casamiento acordado. En tanto que otras, al descubrir que podían realizarse de maneras más independientes, optaban por la soltería (que no era bien vista) o por la vida monástica. Aunque también, hubo alguna casada que consiguió expresar su opinión, pero dicha situación merece ser considerada como una excepción a la regla. Por lo general, los escritos de mujeres que destacaron y fueron aceptados, pertenecieron a quienes fueron parte de una orden religiosa.


La vida monástica o de convento ofrecía ciertas condiciones o beneficios para las mujeres que deseaban cultivar la lectura, la escritura y otros saberes, eludiendo las obligaciones del matrimonio. Mientras, las señoras casadas debían encargarse de los hijos y un sin fin de tareas domésticas que les dejaba con escaso tiempo para descansar; las mujeres que se encontraban en los conventos distribuían sus deberes entre las religiosas y el resto del tiempo podían disponerlo a su antojo.  Su tiempo era usado para “la mortificación”, la oración, la meditación o para la copia de libros, lectura, música o cultivo de los jardines, incluyendo el conocimiento de las hierbas naturales, entre otras ocupaciones. 

El encierro era físico, pero su mente podía encontrar otras formas de libertad, si sabía como hacerlo. No todo era color de rosa, obviamente, puesto que hubieron conventos donde se condenaban las lecturas o no se permitía otra cosa que no fuera concerniente a sus quehaceres, oraciones, penas y castigos asignados o auto infringidos para purificar el espíritu y alcanzar la “santidad” flagelándose. De manera que, además se necesitaba algo de suerte.


En las siguientes entradas anotaré la vida de algunas de estas mujeres escritoras del medioevo. Espero que la nota les guste y me dejen sus apreciaciones.


Abrazos,


Deya Freya

 Para ampliar el tema, si gustan, pueden visitar los siguientes sitios:




 (1)
--> Segura Graíño, Cristina, “Las celdas de los conventos” en Anna Caballé (dir.), La vida escrita por las mujeres I. Por mi alma os digo. De la Edad Media a la Ilustración, Barcelona, Círculo de Lectores, 2003, pp. 113-120.

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